Y mientras tanto, en Barcelona...

He tenido el inmenso placer de pasar el fin de semana en una de las ciudades que más me gustan de España: Barcelona. Toda mi intención no era otra que ayudar a mi sucesor en su traslado temporal de residencia y evitarle tener que utilizar el transporte público en estos tiempos que corren, más aún cuando se me hacía francamente complejo verle partir solo y sin coche, con aquella cantidad de bultos pesados sin la ayuda de un porteador de los que aparecían en las películas de Tarzán de los monos.

Estaba todo planeado para salir el sábado y volver el domingo y cumplir así  con el responsable deber de no andar mucho por ahí sin ser estrictamente necesario, pero ante la amenaza de cierre de murallas en esta nuestra Comunidad, decidimos adelantarlo al viernes después de concluir la jornada , que no está el percal como para que una autónoma como servidora de vds. cancele obligaciones laborales por holgar, ni aun tratándose de en la ciudad condal.

Y allá que nos plantamos, después de un medio periplo cansado pero sin los esperados sobresaltos meteorológicos, con las maletas, el bajo con su ampli, los abrigos y un tupper vacío que mi hijo tenía que devolver a una cocinera como Dios manda, o sea, a mi madre.

Al día siguiente tocaba la consabida compra de enseres domésticos faltantes en el piso de estudiantes, así que no se nos ocurrió mejor idea que visitar una conocida tienda sueca de muebles no ensamblados, en el inocente convencimiento de que no habría mucha gente dadas las pandémicas circunstancias, idea que se nos fue desvaneciendo según nos acercábamos al aparcamiento del citado establecimiento.

Lo que no esperábamos era la congregación de seres humanos que nos encontramos allí y de la que aporto documento gráfico. No sé cómo harán en Suecia, ni siquiera en Madrid, pero en IKEA de la avenida de L'Hospitalet de Barcelona, ni se controla el aforo ni se guardan las mínimas precauciones para evitar contagios. Ni mi pose en jarras ni mis continuas paradas para intentar absurdamente guardar una distancia de seguridad sirvieron de gran cosa. Es más, una señora rubia  de la promoción de Marujita Díaz, seguida muy de cerca por quienes parecían ser su hija y su resignado yerno, nos arrasó en dirección contraria con mucha urgencia por alcanzar una tulipa, a todas luces, (nunca mejor dicho), olvidada unos metros más atrás e indispensable para su vida, hasta el punto de arriesgar su salud, la de los suyos y los nuestros por ella. Es que para vivir sin tulipa, es mejor no vivir.

Estresante experiencia comercial que rematamos lo más rápido que pudimos, habida cuenta de que es más difícil salir de IKEA que de las drogas. Estimados señores de IKEA: no mientan. No controlan aforo ni distancias de seguridad. No vimos a nadie controlando nada más que un desbordado vigilante en la línea de cajas, lo que da la penosa impresión de que solo les interesa que las hordas desbocadas no les hurten.




Después de salir de allí, llevar las cosas a su destino y cenar algo, caímos en los brazos de Morfeo como lactantes y habría sido una noche de sueño reparador y estupenda precursora de un largo viaje de vuelta,  si no hubiera sido porque en la habitación de al lado, una pareja estuvo entregada a sonora coyunda exactamente hasta las 6:24 según mi móvil. Confieso que hubo un momento en el que dude entre intentar unirme al apasionado encuentro amatorio o llamar a recepción a ver si los sofocaban ellos, pero opté por esperar hasta que se ducharon, lo que ciertamente hicieron rápidamente como si los estuvieran esperando en casa.


Quede ahí la prueba. Que luego somos los madrileños los que vamos apestando por ahí al resto de los españoles.




Comentarios

  1. Buen punto, sobre todo cuando eso mismo está ocurriendo en muchos sitios, aunque la lupa esté en Madrid Creo que no solo es el ansia económica , también el descontrol de las autoridades que como no haya un Gran Hermano, no saben qué hacer, aunque a veces el remedio del Gran Hermano sea peor que la enfermedad.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario