Si me tocara la lotería... o me tocase

Durante muchos años he sido la única de la oficina que no jugaba a la lotería de Navidad de la empresa. En realidad no sé se había algún otro osado más, pero me temo que no muchos. Nunca tocó ni el reintegro. 

Hasta hace un año y medio no sabía ni cómo se rellenaba un boleto de la Primitiva, pero cuando mi padre murió, me topé de morros con la combinación fija que jugaba todas las semanas desde hacía años y con mi natural memoria fotográfica exclusiva para números, no me quedó más remedio que continuar tirando el dinero igual que hizo él, desde que se recuperó el sorteo instaurado por Carlos III a través de su Marqués de Esquilache. De lo de rellenar el boleto ando más o menos igual de pez, porque el organismo de Loterías y Apuestas del Estado, te lo pone tan fácil como siempre que se trata de recaudar para su saca y así nosotros los jugadores solo tenemos que preocuparnos de llenar la lotobolsa vía su página web y darle al click donde sea que ponga repetir semanalmente. Aquí sí que puedo decir que me ha tocado muchas veces. Creo que han sido un total de ocho y la cantidad de un euro con todos sus céntimos, excepto en una ocasión que llegué a alcanzar la suculenta cantidad de ocho. Estas sustanciosas cantidades son aún más atractivas si consideramos que, llegado el caso, he hecho firme promesa de dividir la ganancia en cinco partes: mi madre, mis hermanos y yo. Un chollo, vamos.

Luego está el asunto de la lotería de Navidad. Que si la tradición, que si mamá compra un décimo para cada niño y cada nieto, que si Fulano te regala y Mengano te cambia, que al final este año he terminado creyendo que es una tradición entrañable y he comprado lotería para toda la familia, de un número que juegan algunos de mis amigos de Dubái, donde por cierto está prohibido el juego y solo faltaba que nos trincaran los décimos. Como es la excusa que pone todo el mundo cuando se junta con kilos de lotería el 22 de diciembre, la culpa es de ellos, que me la ofrecieron.

Y entonces llegamos a este punto y yo me preguntó: si el estado se lleva el 55% de las primitivas y similares, el 30% de la lotería y algo menos de la Cruz Roja y demás, a parte de los impuestos que gravan los premios superiores a dos mil quinientos euros, ¿no podía ser que de esos porcentajes se destinara una pequeña parte a fines sociales directamente? Partiendo de la base de que compramos lotería con el dinero que se gana como sueldo y por el que ya pagamos impuestos, ¿por qué tenemos que volver a pagarlos si nos toca un premio que no es más que cuestión de azar? Antes de que me digan que no se puede, les invito a que visiten la página web de la lotería nacional británica y vean lo que hacen con el dinero que se recauda y la cantidad de proyectos que se financian. Eso sí, el estado se queda en concepto de impuestos con menos de un 12% (*) de la recaudación de la lotería.

(*) Datos a marzo de 2014

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